Los nuevos audios que vinculan al presidente Pedro Sánchez y a Santos Cerdán con una presunta operación contra la UCO no son una anécdota más en el lodazal político español: son un síntoma preocupante de erosión institucional. Y, si se confirman, podrían marcar un antes y un después en nuestra democracia reciente.
Desde la transición, España ha trabajado —con aciertos y errores— por fortalecer un Estado de derecho sólido, donde las fuerzas de seguridad y la justicia actúan con independencia. Hoy, esa arquitectura institucional vuelve a tambalearse ante el ruido de grabaciones que implican al poder ejecutivo en maniobras para desacreditar a quienes investigan la corrupción.
No es solo una cuestión de audios. Es una cuestión de confianza. Porque si quienes deben dar ejemplo están dispuestos a utilizar su posición para proteger intereses partidistas, ¿qué margen queda para el ciudadano común que cree en las reglas del juego?
Resulta llamativo —y preocupante— el silencio del Gobierno. Pedro Sánchez, un político que ha demostrado ser hábil en el relato, no ha ofrecido una sola palabra de aclaración. No hay comparecencia. No hay transparencia. Solo una estrategia de resistencia y negación que recuerda a otras épocas de la política nacional que creíamos superadas.

La izquierda, en otros tiempos abanderada de la regeneración democrática, guarda ahora un silencio cómplice o directamente niega la evidencia con una arrogancia institucional desconcertante. ¿Dónde está la exigencia ética que antaño decían representar?
Lo que está en juego no es una legislatura. Es la salud institucional del país. Es el respeto por la Guardia Civil. Es la garantía de que quienes investigan el crimen lo puedan hacer sin mirar por encima del hombro, temiendo represalias desde arriba.
Es el momento de hacer valer el principio de responsabilidad. La política no puede ser inmune al descrédito. Si hay algo que aclarar —y todo indica que sí—, que se aclare. Y si hay responsabilidades políticas, que se asuman. Porque en democracia, el poder se ejerce bajo vigilancia y con límites. Y el primero de ellos es la verdad.